🧟♂️ Un monstruo viene a vernos
Epílogo. Segunda y última parte. Sobre tus abuelos y el monstruo.
Hace unas semanas escribí un texto profundamente emotivo y personal. En él narraba a mi futuro hijo quiénes fueron sus abuelos paternos. El resultado fue tan íntimo que decidí guardarlo hasta el día en que pueda comprenderlo. Sin embargo, hoy quiero compartir una parte de él: el final. El último capítulo. Su último capítulo.
El monstruo
A tus abuelos se los llevó un monstruo. Lo oiras llamar bicho. Aunque no te confundas con el virus de la epidemia que tuvimos unos años antes de que tu nacieras. Este monstruo está y estará presente en todas las familias. Nosotros tuvimos la mala suerte de tener dos visitas. Primero visitó a tu abuela y 20 años después a tu abuelo.
El monstruo sabía lo que hacía. Con tu abuela, apuntó directo a su pecho. Ese pecho que fue fuente de vida para todos nosotros: lo que latía en su corazón y lo que ofrecían sus mamas. Como repetía tu abuelo una y otra vez, ella dio su vida por sus hijos. Literalmente. Se desvivió por nosotros, cuidándonos, educándonos y amándonos, de la misma forma en la que espero hacerlo contigo algún día. El monstruo tomó su mayor virtud y la volvió en su contra.
Con tu abuelo, el monstruo usó la misma táctica, pero de una forma mucho más radical y devastadora. Sus últimos años junto a Mariví habían sido un disfrute constante: buena comida, buena bebida y largos paseos por el monte. Todo eso se lo arrebató de un plumazo al atacar a un viejo conocido mío: el páncreas. De forma silenciosa, se ocultó en ese órgano, y cuando menos lo esperábamos, saltó al hígado. Le arrebató algo tan básico como poder beber y disfrutar un simple vaso de agua. Ya en el hospital para cuidados paliativos, le dijo a Mariví en un susurro: "Lo que daría por una cerveza fría, de esas que nos tomábamos en la playa de Comarruga".
Mientras que el monstruo convivió con tu abuela durante tres largos años, con tu abuelo solo lo atormentó tres meses 40 días. Pero, al igual que con ella, tomó aquello que definía a tu abuelo y lo volvió en su contra.
Escribo estas líneas y parece que el monstruo es real. Un monstruo que razona, planea, ataca. Que tiene sus propias motivaciones, deseos y una dosis de mala leche. Pero todo esto no es más que producto de mis pensamientos, mis intentos de justificar lo injustificable. No es la realidad. La realidad es despiadadamente indiferente a los significados que uno quiera imponerle. El monstruo no existe.
Pero la rabia es real. El monstruo le negó a tu abuela la oportunidad de ver crecer a sus hijos, convertirse en adultos. No permitió que mi madre conociera a la tuya, ni a nuestra perrita Miga… ni a ti. Tampoco se lo permitió a tu abuelo. Hubieran sido unos abuelos maravillosos. Lo sé, porque fueron unos padres excepcionales.
También quiero que entiendas que tus abuelos no se fueron porque no lucharan. Escucharás a otros decir que ellos vencieron al monstruo, que lo derrotaron, y que lo hicieron porque tenían muchas ganas de vivir. Te dirán que las batallas se ganan con la fuerza de voluntad.
No les hagas caso. O no saben lo que es vivir con el monstruo, o simplemente repiten el discurso del vencedor. Tampoco prestes atención a quienes te digan que tus abuelos se fueron porque "así estaba escrito", porque un ser superior lo quiso, o porque algo mejor los esperaba después. Todo eso es otra gran mentira. El monstruo no es ni bueno ni malo, no tiene propósito ni justicia. Y tus abuelos querían vivir, querían estar aquí con nosotros.
Contarte esto es doloroso, pero si no lo hago, lo será más. Cada vez que escuches a tu madre, a tus tías, a Marivi… hablar sobre ellos, lo será menos. Y de paso conseguiremos que estén más presentes, como si nunca se hubieran ido.